¿Qué nos depara el futuro?
Sentado y meditando para disminuir la ansiedad
provocada por el encierro continuo resultado de la “cuarentena” auto impuesta
por el Covid -19, ya que se me ha repetido hasta el cansancio que ahora estoy
en el grupo de “alto riesgo” a consecuencia de mi edad, y que orgulloso y con
un poco de dolencias mi cuerpo demuestra, trato la difícil tarea de “poner mi
mente en blanco” y así poder descansar.
Pero no, no puedo descansar, estas palabras me lo impiden.
¿Qué nos depara el futuro?
De tantas repeticiones me ha quedado la frase como estribillo, y mi memoria en contraparte me trae las palabras atribuidas al Dalai Lama:
“Solo existen dos días en el año en que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y otro mañana. Por lo tanto hoy es el día ideal para amar, crecer, hacer y principalmente vivir”
Entonces me pregunto: ¿Por qué la insistencia en amargarnos la vida pensando en que nos ofrecerá el futuro?
Será que aún creemos en los duendes y confiamos que alguno de ellos, nos dejará una bolsa con monedas; o si somos negativos, ellos vendrán con alguna maldición que pondrá fin a una triste historia.
Otros no dejan de pensar en los errores del pasado y sus nefastas consecuencias a “futuro”:
¡Por qué no hice aquella inversión que me ofrecieron!, o ¡En qué mal momento he decidido lanzarme por mi cuenta!, o bien: ¡mal momento para casarme!
Ante tales preocupaciones la mente está inmersa en buscar “futuras” soluciones, que no nos dejan dormir y mucho menos descansar, y no hablemos de disfrutar el presente.
Se me pregunta: ¿Cómo puedes disfrutar el presente ante las circunstancias actuales, de un encierro forzoso, de libertades coartadas, de trabajo a distancia, de la falta de convivencia social y sobre todo de un futuro sombrío?
Les contesto que esta es la primera vez en años que tengo tiempo para platicar con mi pareja, pues ante la excusa del trabajo que me absorbía más de las 8 horas reglamentarias de la jornada y la resaca de pendientes que diario traía a casa, no teníamos tiempo para conversar, sino sólo intercambiar pendientes y programar soluciones, es decir, seguíamos la misma rutina del trabajo al llegar a casa. Para mejorar la comunicación habíamos adquirido una gran pantalla, que para acabarla de mejorar, la habíamos puesto en la recámara. Bueno, bueno, esto nos ha permitido soplarnos los “maratones” de series y/o películas que ofrecen las diferentes opciones de “streaming”, pues, una no basta en este tiempo de cuarentena.
La comunicación con los hijos, a mi edad en las séptima década, pues estoy en la mitad de los sesenta, es través de las video conferencias que son planeadas y programadas para no interrumpir (¿?) la rutina diaria.
La comunicación con los amigos, que más que todo es un “pasar asistencia”, la hacemos a través del “Facebook”, o el WhatsApp, y esto lo veníamos haciendo desde hace ya algunos años, así que la cuarentena no ha variado la rutina, a excepción de ponerle un poco de emoción malsana, al pasar de un ¿Cómo estás?, a un ¡Cómo... estás!
Del trabajo hemos encontrado que esa alternativa de hacerlo desde casa, que hemos discutido hasta el cansancio, siempre con la misma desconfianza de que no “trabajarían y se la pasarían haciendo tareas cotidianas propias”, ha demostrado que el temor estaba mal fundado, y de que ahora trabajamos más que antes, pues ahorramos el tiempo de traslado y lo invertimos en hacer lo que se tiene que hacer, incentivados por el temor a no saber si regresaremos a las jornadas en la oficina, taller, tienda, por lo que tenemos que tener los resultados para que la razón de ser de nuestro trabajo persista.
Y además tenemos que más ser eficientes, pues ahora tenemos la presión de las tareas del hogar, que antes delegamos y le hemos tomado el gusto a la cocina, a la jardinería y a la lectura.
De las libertades coartadas, mejor no hablo, pues como lo dije en párrafos superiores, el encierro ha sido autoimpuesto, convencido de que no quiero contraer la enfermedad y mucho menos contagiarla a los conocidos y a los desconocidos.
Así que el presente se ha convertido en una rutina, de pijamas, o shorts deportivos y camisetas, alimentos a deshoras y sin horario establecido, en el mejor de los casos manteniendo la ducha diaria, pero no así el rasurado, pero de disfrutarlo… nada.
Como puedo disfrutar el presente sino puedo salir.
Hace algunos días por razones profesionales, escuche las quejas de una pareja, que me comentaban que la cuarentena en lugar de fortalecerlos, los ha hecho comprender que no tienen nada en común.
Los hijos se han ido, ellos tienen cierta estabilidad económica y relativa buena salud, así que porque no, intentar algo para el “futuro”
Al profundizar, en forma separada, me llamó la atención que el hombre añorara a su amante, que no podía ver, pues la cuarentena y el miedo al contagio se lo impedían.
Llama la atención que lo que extrañaba era la intimidad, la posibilidad de contarle sus problemas y miedos, que no lo criticara y le permitiera mostrarse vulnerable y que en un futuro necesitaría a alguien que lo escuchara.
Por el otro lado, la esposa, cuyos valores le impedían, o bien bloqueaban la posibilidad de la infidelidad, añoraba las clases de yoga y la reunión con sus amigas, que a semejanza de su marido le permitían contarle sus problemas, recibir algunos consejos y contarles su miedo a la soledad en el “futuro”
De nuevo “el futuro”, y es el centro de atención de esta pareja y fantasean y planean para el mismo y simplemente el presente es un “mal” que hay que resistir hasta que puedan hacer algo.
El ser humano es un ente social que necesita la compañía para expresar y captar emociones y la soledad en compañía se ha vuelto un mal común, hasta necesario.
El concepto de pareja se ha estancado, desvirtuado por los cuentos de hadas llevados al cine con finales felices, creando expectativas casi imposibles de cumplir, pues olvidamos que tiene que evolucionar de un enamoramiento fatuo a una relación de negociación continua, cuyos intereses y metas también evolucionan de formar un hogar, a mantener las brasas que sigan dando calor.
El futuro, fruto nuestra imaginación, puede verse sombrío en esta época post Covid 19, o tan esperanzador como lo deseamos, sustentado en un nuevo formato, pero…NO existe.
Lo único que existe es el presente y nos empuja a encontrar una nueva relación con quien compartimos el techo y con nuestros clientes. Es sin duda el momento de quiebre, no el mejor, para trabajar nuestras relaciones y establecer nuevas prioridades y planes y sentar las bases de una nueva conexión con nuestro trabajo, con nuestro día y día y con la pareja.
La pregunta para planear el futuro es: ¿quiero seguir viviendo como he estado viviendo? Si la respuesta es sí, entonces sigue adelante, pero si es No, entonces acéptalo y vive.
Todavía podemos amar, crecer, hacer y vivir, pero siempre asentado en el presente, pues es lo único que tenemos.